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Marilyn: la pluma sensible detrás del «Sex Symbol»

Más allá del vapor de alcantarilla levantando su vestido blanco, más allá de la voz temblorosa que cantaba «Happy Birthday» a un presidente, más allá de la eterna imagen dorada del sex symbol, existía otra Marilyn Monroe. Una mujer cuya profundidad intelectual y sensibilidad literaria fueron sistemáticamente eclipsadas por el resplandor cegador de su propio mito. La historia oficial la congeló como un objeto de deseo, pero sus propias palabras revelan un universo interior rico, reflexivo y dolorosamente humano.

Contrario a la caricatura de la rubia tonta que el cine y la prensa proyectaron, Marilyn era una ávida lectora y escritora íntima. Su biblioteca personal, con más de 400 volúmenes, testimoniaba su sed de conocimiento. No eran meros adornos; sus libros, desde Joyce y Tolstói hasta Freud y Camus, estaban profusamente subrayados, anotados con observaciones agudas y preguntas existenciales. Los márgenes de sus páginas se convertían en diálogos silenciosos con los grandes pensadores. ¿Quién imaginaría a la diosa del celuloide debatiendo con Nietzsche o marcando pasajes de Rilke entre toma y toma?

Sus cuadernos personales son un tesoro oculto: poemas, reflexiones y cartas de elocuencia conmovedora nacidos en la soledad nocturna. Sus versos hablan de soledad («Aún me siento tan sola / La vida – lo que es – no es»), de la búsqueda de identidad, del anhelo de ser vista tras la superficie. Hay en ellos una vulnerabilidad desarmante, lejos de todo artificio.

En sus cartas a Lee Strasberg y amigos cercanos, desplegaba una inteligencia analítica sorprendente. Discutía personajes, diseccionaba motivaciones y reflexionaba sobre el arte dramático con seriedad que desmentía cualquier superficialidad. Escribía sobre política, filosofía y la condición humana con curiosidad genuina. Su sensibilidad, aguda y casi dolorosa, percibía la hipocresía y la explotación con una claridad que frecuentemente la sumía en la melancolía.

Esta Marilyn escritora fue la gran ausente del relato público. Hollywood, la maquinaria publicitaria y la lente machista prefirieron enfocarse únicamente en su cuerpo y su risa manufacturada. Su intelecto y alma literaria resultaban incómodas para el mito de «bomba rubia»: era más fácil vender la imagen que reconocer a la mujer compleja que la habitaba.

La tragedia no fue solo su final prematuro, sino el secuestro de su dimensión intelectual. Su legado literario – poemas, notas, cartas llenas de lucidez – es un acto de resistencia póstumo. Nos obliga a mirar más allá de los focos y escuchar su voz susurrante, siempre sincera, anhelando ser tomada en serio. En esa tinta, no en las revistas, reside su esencia frágil y brillante.

Esta misma sensibilidad que palpita en sus cuadernos se manifestó en gestos concretos. En 1955, cuando el club Mocambo de Sunset Boulevard rechazó a Ella Fitzgerald bajo el eufemismo de que «su tipo de belleza no encajaba» – velada alusión a su piel negra –, Marilyn intervino con determinación silenciosa. Admiradora confesa del jazz, llamó al dueño del local: «Contrata a Ella y me sentaré en primera fila cada noche. La prensa me seguirá».

Cumplió su palabra: durante toda la semana, ocupó una mesa central con figuras como Frank Sinatra, atrayendo flashes que iluminaron sin querer la voz prodigiosa de Fitzgerald. Aquel acto no solo quebró barreras raciales en el Mocambo, sino que catapultó la carrera de Ella hacia escenarios históricos.

Lo extraordinario fue su silencio. Nunca reveló su intervención en entrevistas. Años después, Ella confesaría conmovida: «Debo mi carrera a esa mujer extraordinaria. Tras el icono había una persona real». Este episodio, hermanado con sus escritos íntimos, revela a una Marilyn que usó estratégicamente su fama para fines éticos, comprendiendo el poder de su imagen como puente hacia la justicia.

Así, entre los versos anotados al amparo de la noche y la solidaridad en la penumbra de los clubes, se completa el retrato de una mujer que leía a Rilke mientras el mundo exigía sonrisas vacías, y que convirtió su leyenda en faro para talentos marginados. Su luz verdadera no fue la que capturaron los flashes, sino la que encendió donde nadie la filmaba.

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