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El mundo gatuno y eléctrico de Louis Wain: el hombre que popularizó el amor por los gatos

Hoy, mientras acariciamos a nuestros gatos en su día internacional, pocos saben que ese ronroneo en el sofá tiene una deuda con un hombre que transformó al felino de cazador de ratones a compañero del alma: Louis Wain (1860-1939). Su historia no es solo la de un artista, sino la de un inventor de realidades, un alquimista que convirtió lágrimas en colores y bigotes en símbolos de amor.

Todo comenzó con Peter, un gatito callejero rescatado bajo la lluvia londinense. Cuando la esposa de Wain, Emily, enfermó de cáncer, Peter se convirtió en su consuelo. Louis, desesperado por alegrarla, dibujaba al felino en poses cómicas: con sombrero, leyendo periódicos o tomando el té. Esos bocetos, inicialmente privados, fueron el germen de una revolución cultural. Tras la muerte de Emily en 1887, Wain volcó su dolor en el arte, humanizando gatos hasta hacerlos protagonistas de la sociedad eduardiana.

Wain no solo dibujaba gatos; construyó una mitología. Sus felinos vestían trajes, jugaban al golf, fumaban en pipa o debatían en parlamentos. En la Inglaterra victoriana, donde los gatos eran vistos como criaturas utilitarias o incluso asociadas con la brujería, Wain los elevó a íconos de elegancia y humor. Su obra proliferó en postales, calendarios y libros infantiles (ilustró más de 100), llegando a producir 1.500 ilustraciones anuales en su peak creativo.

Pero su genio inventivo iba más allá del papel. En 1914, diseñó gatos de cerámica «futuristas»: figuras geométricas y angulares que anticipaban el cubismo y el arte psicodélico. Estas piezas, hoy joyas de coleccionista, fusionaban arte industrial con fantasía felina, probando que su mente era un laboratorio de formas.

La vida de Wain estuvo marcada por el dolor y la incomprensión. Tras perder a su esposa, sostuvo a su madre y cinco hermanas, vendiendo su arte sin derechos de autor, lo que lo condenó a la pobreza. Sus últimos años estuvieron en instituciones psiquiátricas, donde siguió pintando. Aquí, el mito se enturbia: se dijo que su esquizofrenia «distorsionó» su estilo hacia lo abstracto y caleidoscópico. Pero hoy se cuestiona ese relato. ¿Fue enfermedad o evolución artística?.

Expertos como el psiquiatra Michael Fitzgerald sugieren que pudo tener síndrome de Asperger, no esquizofrenia. Su «obsesión felina» y dificultades sociales encajarían en este diagnóstico, mal entendido en su época. Además, Wain ya experimentaba con el cubismo antes de su internamiento, y sus patrones fractales podrían ser solo la búsqueda de un lenguaje visual nuevo, no un síntoma.

El escritor H.G. Wells resumió su impacto: «Inventó un estilo de gato, una sociedad de gatos, un mundo entero de gatos. Los gatos ingleses que no lucen como los de Louis Wain se avergüenzan». Esta frase no es metáfora: Wain presidió el National Cat Club y usó su influencia para promover derechos animales, erradicando el maltrato hacia los felinos en una sociedad que los despreciaba.

Hoy, su vida es recordada en el biopic «La vida electrizante de Louis Wain» (2021), donde Benedict Cumberbatch encarna su genio atormentado. Pero su verdadero monumento está en cada gato que dormita en un regazo como ser amado, no útil. Wain nos enseñó que tras los ojos felinos hay universos de personalidad, y que en cada ronroneo, late un poco del mundo gatuno que él inventó para nosotros.

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