Algunas vidas no se miden en años, sino en la hondura imborrable de su huella. La de Chicha Mariani fue una de esas existencias talladas por el dolor más desgarrador, pero transformadas en una fuerza inquebrantable que interpeló al tiempo, al olvido y al silencio cómplices.
Cuando la dictadura más feroz que recuerde la Argentina le arrebató a su nieta Clara Anahí, podría haberle quedado el consuelo amargo de la resignación. Pero ella eligió otro camino: el de la búsqueda obstinada, serena e incansable. Con el pañuelo blanco anudado no solo en la cabeza, sino en el alma, convirtió su angustia privada en una bandera colectiva. Fue una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, pero más aún, fue la encarnación misma de la tenacidad. Cada paso suyo, cada gesto, cada llamado desafiaba la lógica perversa del terror. No clamaba venganza; reclamaba verdad. No pedía compasión; exigía justicia.
Su lucha no fue solo por Clara Anahí; fue por todas las identidades robadas, por todos los besos negados, por el derecho a saber quiénes somos y de dónde venimos. Y aunque la vida le negó el reencuentro final, su perseverancia se convirtió en un faro que iluminó el camino para la restitución de más de cien nietos y nietas.
Chicha ya no está. Pero su ausencia tiene la misma calidad poderosa que tuvo su presencia: una lección eterna de amor que no se rinde, de memoria que no negocia y de esperanza que, incluso frente a la evidencia más cruda, nunca apaga su luz.
Sobre Chicha Mariani: Convirtió el dolor en búsqueda incansable. Fundadora de Abuelas, su tenaz amor iluminó el camino para encontrar la verdad.