Hubo un momento en que la música argentina dejó de ser lo que era para convertirse en algo más. Ese momento tiene un nombre: Gustavo Cerati. No fue solo un músico, ni siquiera un simple ícono; fue un arquitecto de sonidos que redibujó los límites del rock en español, primero al frente de Soda Stereo. Cuando Soda Stereo irrumpió en los ochenta, algo cambió para siempre. No era solo la potencia de canciones como «De música ligera» o «Persiana americana», sino la manera en que Cerati, con su voz y su guitarra, construyó una estética propia. El rock ya no era solo rebeldía; podía ser sofisticación, poesía, atmósfera. Él lo entendió antes que nadie: la música no tenía que elegir entre lo popular y lo experimental. Podía ser ambas cosas a la vez, y él lo demostró una y otra vez, convirtiendo cada disco en un paso adelante, en un desafío autoimpuesto.
Pero fue después de Soda, en su etapa solista, donde Cerati se reveló como el artista total. Bocanada no fue solo un disco; fue un parteaguas. Ahí estaban las texturas electrónicas, las letras que jugaban entre el sueño y la vigilia, la producción impecable que convertía cada canción en un universo. Luego vendría Ahí vamos, con ese regreso a la guitarra cruda pero sin perder nunca la búsqueda, o Fuerza natural, donde el rock se fundía con paisajes sonoros casi cinematográficos. Cerati no repetía fórmulas; las creaba, las rompía y las volvía a armar.
Y sin embargo, más allá de la técnica, lo que quedaba era algo intangible: esa manera única de transmitir emoción. Podía ser en un riff, en una frase aparentemente sencilla, en el modo en que su voz envolvía cada palabra. Cerati hacía que lo complejo sonara natural, y lo inmediato, eterno. No era un músico de hits, aunque los tuviera; era un compositor obsesionado con el detalle, con la perfección que no suena a cálculo, sino a verdad.
Su legado no es solo una discografía impecable, sino la certeza de que la música en español podía ambicionarlo todo: ser profunda y popular, local y universal, tradicional y vanguardista. Cerati no siguió caminos; los abrió. Y hoy, cuando cualquier canción suya suena, se escucha algo más que una melodía. Se escucha el futuro que él ayudó a construir.