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Sobre «Mercado de Pulgas» el último libro de María Casiraghi

Aldo Parfeniuk

«A contrapelo de la tendencia de una gran mayoría de nuevos lectores, de surfear sobre la superficie de las palabras puestas en versos, para levantar de ellas apenas una sensación pasajera y seguir navegando, la invitación a leer este nuevo libro de María Casiraghi apela a algo que va pareciendo antiguo: el ejercicio de la mente de regresar una y otra vez sobre un objeto de estudio y degustación para acumular sensaciones, nociones y profundizar, hasta, al final, comprender y sentir: o solo sentir, para lo cual no siempre es necesario comprender. La tarea también puede arrojar como resultado saber —o imaginarnos— por qué y para quién fue escrito un libro.  Al bautizarlo “Mercado de pulgas”, la poeta, con más de media docena de poemarios publicados, tituló su libro con una metáfora de nuestro tiempo: tambaleante heredero del Romanticismo que naciera a principios del siglo XIX, dando origen a la idea de un alma (laica, no religiosa) como la dimensión espiritual capaz de elevarnos sobre la animalidad. Todavía no imaginábamos la actual acechanza bárbara y su muda pero eficaz propuesta de liquidar auras, símbolos, rituales, tradiciones, historias… en fin: todo lo que aún conservan las cosas, los objetos, que uno encuentra en un Mercado de pulgas. Cosas muy distantes ya, por cierto, de una cuantificación económica, y cuyo mayor valor es tener, justamente, eso que no tiene precio: un alma. De cualquier manera y como toda poesía sustanciosa, la de María Casiraghi se abre a una multiplicidad de lecturas que no hace fácil elegir cuál sería la recomendable a la hora de redondear en unas pocas líneas una idea acerca de su libro. Elijo comentar solo algo que para mí destaca especialmente en esta poética: esa suerte de sustrato silogístico que subyace en la mayoría de los casi sesenta poemas; como por ejemplo: “Si quien recuerda los sueños es porque ha dormido mal / entonces no dormí en toda mi vida / Me la pasé soñando/ con el único pozo en donde quisiera haber caído / el de mi cerebro / antes de nacer” (“Malos sueños”, p. 10). No tiene sentido buscarle “el sentido” al breve dictamen: aquí la que define es la “razón poética” (que más bien es una sinrazón) que nos invita a recorrer este “Mercado de pulgas”, de sujetos que se objetivizan y objetos que se subjetivizan: simplemente  debido a que las palabras son siempre las mismas, mientras que la realidad (toda, tangible e intangible) cambia a cada instante. Y es por eso que con la poesía entramos al campo azaroso de la relatividad: de la relatividad poética, en el cual la variación de posición del observador necesariamente modifica el estado de lo observado. Y será por eso, también, que aquí no caben.las certezas; y todo lo que se diga es total y válidamente refutable. Quizás no queda más que aceptar que la “verdad” del poema (de cada poema y de la poesía) es lo que cada lector siente.  María Casiraghi dice en su poema “Evidencia”: “La palabra odio es carcelera. / Cuando la digo /  sale espuma por mi boca. / Si la callo / también sale espuma. / Si la siento / la espuma soy yo” (p. 16). El hecho es que –como decía más arriba sobre el sustrato silogístico…– vemos que, tras la aparente “normalidad” de una descripción de la realidad que transcurre sin tropiezos en busca de un sentido, dicho sentido se desvía hasta el punto de destruirse. O invertirse. La operación lingüística deja de tener objeto y solo el mudo sentir es garantía de la verdad. Quizás por eso es que aquí debería detenerme y sugerir solo leer el libro y sentirlo: con los sentidos y con el pensamiento. Nada más (y nada menos), recordando en todo caso a quien decía –más o menos–: “Si los poemas son, ya, una explicación, ¿para qué explicarlos?”. De cualquier manera y para terminar con un intento de justificación. No creo que sea inoportuno rodear a un libro o a cualquier obra de arte de pareceres y opiniones. Menos hoy por hoy, que atravesamos una suerte de oscuridad cultural –no se me ocurre decirlo de otro modo– que debemos remontar ejercitando el pensamiento y el uso de la palabra en procura de entender las obras del espíritu y esa histórica y digna suma de la sensibilidad humana que hemos llamado alma, de la que siempre nos hemos enorgullecido y cuyo valor no acepta ningún precio: quizás su verdadero lugar sea el Mercado de pulgas.»

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