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EDITORS NOTE: Graphic content / The aunt of 12-year-old Mohamed Awad, who was killed along with his immediate family during Israeli bombardment, mourns as she holds his body at the European hospital in Khan Yunis in the southern Gaza Strip on January 6, 2024. (Photo by AFP)

El silencio progresista frente al genocidio: cuando la coherencia se pierde en la comodidad

Por Clara Gagliano, Editora Corprens

Hay una contradicción que duele: quienes se llenan la boca hablando de derechos humanos, justicia social y defensa de los pueblos originarios, hoy guardan un silencio ensordecedor ante el exterminio de Palestina. Son las mismas personas que celebran rituales ancestrales, se emocionan con las luchas históricas y se presentan como abanderadas de las causas justas, pero que, frente a uno de los crímenes más atroces de nuestro tiempo, miran para otro lado.

¿Dónde están ahora los discursos sobre la colonización cuando un Estado fundado por europeos desplaza, asesina y borra a un pueblo nativo de su tierra? ¿Dónde quedó la solidaridad con los pueblos originarios cuando Israel destruye olivares centenarios, arrasa campos y niega a los palestinos hasta el derecho a pescar en su propio mar? ¿Qué pasó con las consignas de «Nunca Más» cuando vemos a madres palestinas cargando los cuerpos de sus hijos en bolsas blancas, igual que en la dictadura argentina?

No se trata solo de hipocresía. Se trata de complicidad. Porque el silencio de quienes tienen voz y privilegio no es neutral: es un acto político. Mientras Israel mata periodistas, médicos y niños con impunidad, mientras bloquea la entrada de alimentos y medicinas, mientras destruye escuelas y hospitales, el progresismo de salón prefiere no incomodarse. Celebran la diversidad en sus redes sociales, pero no nombran a Palestina. Se indignan por las injusticias locales, pero ignoran las globales cuando no conviene.

Hay quienes argumentan que «es un tema complejo». No lo es. Un genocidio nunca es complejo: es un crimen. Y frente a él, no hay lugar para medias tintas. No se puede ser «progre» solo cuando es cómodo, solo cuando no cuesta nada. La verdadera lucha por los derechos humanos no tiene fronteras ni selectividad.

Mientras el Congo, Sudán y Palestina arden, el mundo mira para otro lado. Pero hay una diferencia: en Palestina, el genocidio es financiado, armado y defendido por las potencias occidentales que muchos de estos «progres» admiran. Y eso, quizás, es lo que más les duele reconocer.

El desafío es claro: o se condena el genocidio con la misma fuerza con que se condenaron otros crímenes contra la humanidad, o todo el discurso progresista se reduce a una pose vacía. Porque si hoy callan ante Palestina, mañana no tendrán autoridad moral para hablar de nada. La coherencia no es un accesorio: es la esencia de la lucha. Y Palestina la está poniendo a prueba.

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